Después de abrazar la luz, dentro del mismo curso que disfrutaba como una iniciación mística, descubrí los secretos de la oscuridad.
El fantástico cuarto oscuro.
Nada que ver con las connotaciones de los cuartos oscuros donde se practica sexo a lo loco, aunque no por ello menos exento de humedades y excitación. Volver a realizar el proceso de la exposición fotográfica en un cuarto aislado del mundo, con la única compañía de una luz roja… Excitante.
El olor a los químicos de revelado, el continuo y discreto sonido del agua correr. Las copias reveladas colgando para secarse. Ahí descubrí que realmente cada copia podía tratarse como un original. Único y posiblemente irrepetible, dónde las máscara se hacían a mano. Si, el cuarto oscuro gozaba de una cierta intimida, dónde se volvía a repetir el proceso de la fotografía. Por lo tanto, el acto fotográfico se componía de cuatro procesos fisico-quimicos:
La Captura:
El proceso de la captura de la imagen con la cámara, en el que entraban en juego el tiempo de exposición, la apertura de diafragma y el tipo de película.
El revelado de la película;
Después, el proceso de revelado de la película, que había que cargar en el tambor de revelado en total oscuridad, y procurando no tocar la película, para no dejar huellas. En este proceso entraban en juego tres productos químicos (revelados, paro y fijador), así como el tiempo de efecto de cada uno de los químicos, la agitación de éstos dentro del tambor y ¡vaya, la temperatura de cada uno de ellos! Ya que a diferente temperatura, diferente tiempo de exposición a los químicos.

Una vez realizado el proceso alquimista de revelar la película, y tras dejarla colgando como si de un atrapa moscas se tratara, comenzaba el mismo proceso, pero ahora en el cuarto oscuro.
Exposición con la ampliadora:
Se proyectaba la imagen del negativo sobre el papel sensible. En la ampliadora, aparte del recorrido de esta para hacer la proyección más o menos grande ( a no ser que fueras un megalómano, y proyectaras en la pared), según nuestros gustos o necesidades, entraban en juego (una vez más) el diafragma y la exposición. Es decir, podíamos ajustar la cantidad de luz expuesta, así como el tiempo durante el que se exponía. Durante ese proceso, se aprovechaba, Si era necesario, en hacer máscaras para alterar la exposición en diferentes partes de la imagen. Y se hacían a ojo, y a mano. Todo por medios artesanales.
Llegados a este punto, podéis imaginar la cantidad de variables que habían jugado en el proceso, como para volver a repetir exactamente igual la misma imagen.
Pero no ha terminado.
El revelado de la copia:
Tras esto, volvía el proceso químico del revelado de la copia. Otra vez a pasar por los químicos. Otra vez las variables de temperatura, químicos y tiempos. Y, por fin, la copia.
Tras cuatro procesos físicos-químicos desde el momento de apretar el disparador de la cámara, hasta obtener la copia final, teníamos la imagen. Por lo tanto, a mi parecer, cada copia podía tratarse como un original.
Bastaba con que variaran las temperaturas de los químicos, el tipo (marca) de químico usado, el tipo de película o el tipo de papel, los tiempos de exposición (a la luz o a los químicos), incluso el movimiento durante los procesos de revelado, para que la imagen cambiara sustancialmente… Y si eras lo bastante macho como para comprar los reveladores en polvo, para diluir, la gente ya no se atrevía a mirarte a los ojos sin sentir pánico y respeto.
Y sólo estoy hablando del blanco y negro. Del color, hablaré otro día.
En fin, cuando la fotografía era un arte que combinaba la alquimia, la química, la introspección, y a los fotógrafos se les quemaba en la hoguera por herejes, Por que pasarse tanto tiempo solos, a oscuras (hay quien dice que desnudos), con la única iluminación de una bombilla roja, e inhalanado químicos, debía ser cosa del diablo. Supongo que falta de razón no les faltaba. La fotografía, al fin y al cabo, nos mostraba el mundo como era, no como nos querían hacer creer.
Ave Tenebrae!